lunes, 25 de noviembre de 2013

UBTEMA: EL IMPACTO TECNOLOGICO EN LAS BELLAS ARTES

Mientras el arte tecnológico es ya una realidad naciente, podríamos afirmar que el arte tradicional es una gloriosa pero declinante historia. La necesaria y renovadora experiencia de las vanguardias fue la de una estrella convertida súbitamente en brillante supernova que a continuación se apaga. Es cierto que las neovanguardias -un remedo postmoderno de las históricas- siguen sucediéndose, pero ya sólo recorren un circuito muy restringido y elitista destinado a entendidos y diletantes. La mayoría del público apenas se conforma con visitar las tristes exposiciones de impresionistas provincianos o de acudir al reclamo publicitario de las exposiciones antológicas que sobre figuras prestigiosas de las vanguardias históricas organizan los grandes museos. El verdadero interés estético de la sociedad se ha desplazado hacia el consumo masivo de arte producido en soporte tecnológico como la fotografía de las revistas, el cine más comercial o las series televisivas, y cada vez más, el video-clip y las imágenes infográficas. El divorcio entre arte y público que abrieron las vanguardias al separarse del paradigama realista occidental no ha sido superado, y es ahora el arte tecnológico el que ha tomado el relevo popular de este paradigma. No podemos negar en absoluto valor artístico a determinadas formas de arte tecnológico; nuestro siglo, el de la fotografía y el cine, no se entendería sin ellos y menos aún la decisiva influencia que incluso han ejercido sobre las artes tradicionales. Pero como investigadores de los estudios CTS -y en esta aventura nos ha de acompañar el estudiante haciendo un esfuerzo 'estético'- hemos de constatar que el auge del arte tecnológico ha supuesto el declive, acaso definitivo, del arte tradicional. En principio nadie se extrañaría de esta aparentemente lógica evolución del arte, pues se entendería que las vanguardias modernas fueron el revulsivo necesario para esta nueva etapa tecnológica del arte de siempre. Sin embargo, es preciso analizar la relación entre el arte tecnológico y el tradicional para captar la quiebra estética que se está produciendo. No estamos asistiendo a una enriquecedora pluralidad de formas de arte, sino a la absorción de una forma en la otra, ya que el arte tecnológico, al nutrir el imaginario social, le roba su sentido al arte tradicional. Y el arte tradicional contemporáneo, cultivado, filosófico, hermético en muchos casos para la mayoría del público, si quiere hacerse notar en medio del caleidoscopio de imagenes tecnológicas, ha de recurrir a dos argucias que a menudo coinciden: la colaboración con la tecnología o la provocación. Si bien el circuito artístico tradicional puede mantenerse artificialmente por la inyección financiera de las instituciones a través de facultades de bellas artes, becas y concursos, y de la iniciativa privada de fundaciones y coleccionistas privados, parece necesitar al público para no abandonarse totalmente al autismo estético que le llevaría a su desaparición definitiva. Esto es, el arte tradicional, elitista y decadente, para sobrevivir en su agonía, ha decidido jugar con las reglas marcadas por el arte tecnológico, convirtiéndose en un arte espectacular. Los artistas más inteligentes han decidido investigar la hibridación del arte tradicional con el tecnológico, ofreciendo extraños estilos y objetos, basados en procedimientos informáticos, el vídeo-arte o la instalación, pero elaborados artesanalmente. Estos espectaculares 'artefactos' estéticos, piezas únicas y singulares, se suelen presentar en convenciones artísticas de carácter vanguardista y están destinadas al público cultivado de las artes tradicionales, ansiosos por conocer la última y sublime novedad. Por otro lado, los artistas más ambiciosos, aquellos que aspiran a llegar al gran público por la vía rápida -sin importarles las críticas de los entendidos- han convertido el legítimo procedimiento vanguardista de la provocación en el arte de la provocación por la provocación. Se sirven de los temas más polémicos y escabrosos que interesan a la sociedad mediática -sexo, religión, violencia, muerte- para, mediante procedimientos tradicionales o semitecnológicos, provocar no la inquietud reflexiva del público sino sus reacciones viscerales de asco, ira o indignación. La cuestión en ambos casos, difíciles de distinguir a menudo, es obtner un efímero impacto mediático en el reino absoluto de la imagen tecnológica, que les reporte fama o beneficio. Su único valor estético es justamente que, como productos de un marketing espectacular que saquea la experiencia de las honestas vanguardias históricas, nos deslumbran un momento y al instante ya nos aburren. Este modelo de arte espectacular que comenzó con el pop de Andy Warhol, se ha servido, vulgarizándolas, de ciertas técnicas del arte conceptual y ha florecido con las neovanguardias contemporáneas en figuras tan deleznables como Jeff Koons o los 'Young British Art'. No podemos negar que este arte espectacular sea arte, al contrario, es, más allá de variantes y matices, la única y verdadera vanguardia que ha surgido. Sin embargo, desde una visión humanista que comparten tanto las vanguardias modernas del arte como los propios estudios CTS, es un arte criticable y rechazable, al que hay que ofrecer alternativas, pues aunque no sean propiamente arte tecnológico, son el subproducto del arte tecnológico.
Algunos críticos y artistas ya advirtieron hace décadas que el arte moderno había muerto, pero seguramente no habrían esperado esta patética agonía, alargada artificialmente por la tecnología. Ellos esperaban una muerte digna y limpia, como transmutación hacia otro estado más elevado de la experiencia estética que transformara la sociedad y el interior del hombre mismo. Artistas visionarios como el alemán Joseph Beuys que desde un conceptualismo político lanzó su teoría acerca de que "cada hombre es un artista" y fue fundador del partido de los verdes alemanes. Nuestro genio, todavía ignorado, padre de la vanguardia vasca e incansable agitador, Jorge Oteiza, que después de abandonar la escultura en el vacío de sus "cajas metafísicas", propone la construcción de un nuevo arte popular. Aunque éstas y otras propuestas, entre místicas y revolucionarias, hallan supuesto el ejemplo más claro del fracaso del arte moderno, no debemos dejar de interesarnos por ellas y buscar nuevas fórmulas para actualizarlas y hacerlas posibles. No hallaremos el arte total, la vieja aspiración de las vanguardias modernas, ni en el ciberespacio de la realidad virtual, ni en el arte tecnoespectacular, sino en el misterioso arte-vida. Bajo esta visión, lo que importa no es tanto el objeto artístico en sí, como la actitud estético-vital comprometida del hombre-artista por la transformación de la percepción, el sentimiento y el conocimiento interior del hombre y su comunidad. A modo de bodhisattvas del arte, que aspirarían a la transformación estético-espiritual de todos los hombres antes que sólo a la suya propia, desplazan el interés por construir una obra y un estilo, hacia la utilización de diferentes procedimientos artísticos tradicionales, o incluso semitecnológicos (Hans Haacke) o puramente tecnológicos (Antoni Muntadas), para avanzar en el camino del arte-vida.
En esta tarea los filósofos de la tecnología, desde Benjamin y Heidegger a Baudrillard, Virilio o Subirats, poco nos pueden ayudar. Sus críticas, agudas y demoledoras, pecan de un excesivo y paralizante pesimismo. El arte tecnológico, instrumento fundamental en la creación de un universo virtual sólo parece dejar espacio para el conformismo o la queja desesperada. Son hombres de ideas y se necesitan hombres de estrategias. A pesar del pesimismo compartido o quizá por ello, no nos queda nada que perder. Mejor atenderemos a la obra práctica, modesta o cuasi oculta de artistas actuales que luchan en cada lugar del mundo por crear un nuevo paradigma estético en torno al arte-vida. Precisamente, en la línea de artistas premonitorios como Raul Hausmann o Heinrich Hoerle, uno de los temas fundamentales de esta visión alternativa del arte, y que ha de compartir el enfoque CTS, es la crítica de la tecnología, la tecnología en el arte y la tecnología en la sociedad. Para ello habremos de utilizar todos nuestros recursos tradicionales e intentar la reutilización de otros monopolizados por el arte espectacular, sin olvidar la incidencia en el mundo de la palabra y del activismo cívico pero, sobre todo, mostrándolo con la práctica diaria del compromiso con el arte-vida.

1 comentario:

  1. el impacto de la tecnología en las bellas artes es muy favorable y impactante el arte tecnologuica npos hayuda algunas veses en la vida cotidiana la tecnologuia la ocupamos todo el tiempo en la vida cotidiana

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